lunes, 18 de mayo de 2015

La obligación de un normador burgués (el pequeño estafador)

Por Fabiolla C.
Lucca.- ¿Boris?
Boris.- [sin dejar de trabajar] ¿Sí, Lucca?
Lucca.- ¿Qué es un pusilámne?
Boris.- ¿Un pusilánime?
Lucca.- Sí, eso
Boris.- [trabajando] Un pusilánime… mh… [Pausa] alguien que se deja llevar por las circunstancias sin que le importe si está bien o está mal. Por miedo o por indiferencia o por comodidad o por lo que sea. [Pausa] Alguien que no tiene voluntad. Como los mercenarios.
Fragmento de obra de Teatro “El cementerio de naves” de Pablo San Martín Varela.

Rudin ha llegado al pueblo en nombre de un barón que es médico –seguramente es uno más de sus protectores económicos-, a visitar a Daria Mijailovna. Llega a este lugar donde la mayoría de los dueños de campo se encuentran algo aburridos de la rutina campesina (el tedio campesino), y nos habla de la solidez de los pensamientos, de las ideologías, de las creencias, de las convicciones, de cómo estos son los cimientos de la firmeza para poder hacer caso a nuestras obligaciones, a nuestro deber ser.
<< Si un hombre no tiene un principio sólido en el que creer, un suelo firme en el que pueda mantenerse en el con firmeza, cómo puede darse cuenta de las necesidades, del significado, del porvenir de su pueblo? Cómo puede saber qué debe hacer si…? >>
Hermosas palabras a las que atienden sobre todo las mujeres que oyen sus discursos, ya que, lo ven como un hombre empoderado. Rudin pretendía ser muy lúcido y grandilocuente, tanto, que siempre llegaba un momento donde sus interlocutores dejaban de comprender el hilo de sus palabras, y él mismo se había enredado en ellas. ¿Pero, bastará con el mero pensamiento de nuestros principios?
La primera noche que Rudin pasó en casa de Daria Mijailovna, todos los personajes vaticinaron un ensombrecimiento en aquella casa. Sintieron en su dormir que algo ponía un velo sobre sus cabezas, algo sutil, pero muy poderoso. Pandelevski fue el único que esa noche visualizó quién era realmente Rudin, y se refirió a él como “un hombre muy hábil”; quizá porque se identificó con él, porque percibió ese poder de engatusar con tanta palabra correcta, como algo cercano.
Luego de su confesión de amor a Natalia, Rudin, convencido de su deber, asiste a la casa de Volíntsev para decirle - a pesar de no sentir un sincero afecto por él-, que se sentía en la obligación de contarle que Natalia y él estaban enamorados. Esta situación puso a Volíntsev muy incómodo y molesto, porque era demasiada la hipocresía de este hombre.
<<[…] nosotros somos gente corriente, nos alimentamos de cosas sencillas, y no estamos en condiciones de seguir el vuelo de mentes tan célebres como la suya…lo que a usted le parece sincero, a nosotros nos parece inoportuno e inmodesto…lo que para usted es claro y sencillo, para nosotros es oscuro y complicado,… usted presume de aquello que nosotros ocultamos: ¡cómo vamos a comprenderlo?! Usted perdone pero no puedo considerarlo como un amigo ni tenderle mi mano… puede que sea algo mezquino puesto que yo mismo soy mezquino>>
Rudin, un burgués de tomo y lomo, que vive a costas de las protectoras, o bien, protectores que pueda ir teniendo en el camino, y que a sus treinta y cinco años no hace más que vivir a expensas de otras vidas y de especulaciones varias, fue de quien se enamoró Natalia, una joven romántica e ilusa. Y fue la misma Natalia –seguidora de Pushkin- quien habría huido lejos con él, abandonando a su familia, si así él se lo hubiese propuesto, la que le sacaría la careta y le diría que no era más que un pusilánime.
Cuando Lezhniov brinda por la edad de oro y por Rudin, está ensalzando a Rudin como si este fuera un genio pensador, y aquí me pregunto, ¿un genio pensador no tiene carácter, temperamento, sangre en las venas para poder redactar manifiestos, descubrir o inventar obras, nuevas tecnologías; es decir, HACER, realizar todo lo que se encuentra dentro de sus pensamientos y afectos más íntimos, para ponerlo en contacto con una realidad?

Finalmente, Turgueniev muestra a Rudin, un pequeño estafador, como un héroe con esa muerte de mártir donde aparece sacrificado en el marco de la Revolución de 1848 en Paris. 

Los hijos bastardos de la aristocracia y su destino, Rusia

Por Gonzalo G.

El viejo agoniza hablando en ruso y Turguéniev nos sugiere que no sólo ha encontrado el valor sino también el puente en llamas que une las palabras y los gestos
“Una novela de Turguéniev”, Roberto Bolaño

La política del <<hombre superfluo>> inaugurada por la prosa rusa del siglo XIX, encuentra su prototipo moral y social en la novela Rudin (1856-1860) de Iván Turguéniev. Como señala el narrador y ensayista mexicano Sergio Pitol, antihéroes como Eugenio Oneguin y Dimitri Rudin (que tiene su miniatura en el protegido de Daría Mijailovna, el joven Pandalevski) son personajes derrotados ineludiblemente por la vida, se acercan al amor pero no se atreven a vivirlo, el mundo se les revela como extraño y degradado, saben que modificarlo es su obligación moral, pero carecen de fuerza hasta para intentarlo (“La casa de la tribu”, 1981). No podemos entender esta iluminadora enumeración, sino como el gesto crepuscular de una clase social, el catálogo de las pasiones inútiles de la burguesía, de aquellos <<hidalgos>> de la decadente nobleza finisecular. De allí lo que define las fuerzas superiores del <<hombre superfluo>> sea una lengua auténticamente artificial, ajustada a una “locuacidad vacía e inútil palabrería”, según el oscuro Pigasov. Todo le resulta vacuo y repugnante a nuestro trágico personaje, infructuosa es su lucha contra las ideas

Ser útil… ¡Qué fácil decirlo! –Se llevó la mano a la cara-. ¡Ser útil! –repitió-. Sin embargo, aunque albergara esa firme convicción: ¿cómo podría ser útil? e incluso si creyera en mis propias fuerzas, ¿dónde hallaría almas sinceras que sintiesen como yo?...

El conformismo y reaccionario idealismo de Rudin, su “instinto libertario” se transfigura en el yermo estanque de Avdiujin donde se desarrolla la última entrevista entre nuestro antihéroe y la joven Natalia, quien devela en el contexto de su inconcluso amor la caducidad del modelo romántico que se resume con la siguiente máxima: <<conocemos todos y no hacemos nada>>. Las fábulas políticas de la burguesía, la libertad y el sacrificio, se consuman en un profundo y desencantado estado de indiferencia, que encuentra su mortecina plenitud en la consolación de la Idea y su teatro de barricadas donde el progreso es el verdadero desvalido.

Mas el epílogo de la novela, cierto consuelo y heredad del entusiasmo romántico (ecos, más bien murmullos de la formación espiritual de las <<gentes nuevas>>), subraya un caro aspecto para la literatura rusa moderna, la pregunta por la acción y el combate; ¿Qué hacer?, títulos de la novela de Chernishevski (1863) y el tratado político de Lenin (1902). En cierta manera, los fracasos de la sublevación decembrista (1825) y la Revolución de 1905 encuadran críticamente el destino histórico-espiritual de Rusia, su póstumo cumplimiento en los <<hombres nuevos>> que no pueden existir “fuera de la patria (donde) no hay arte ni verdad ni vida”.   

La palabra dicha

Víctor S.
La palabra conquista al pensamiento, pero la escritura lo domina
 “La técnica del escritor en trece tesis”, Walter Benjamin.

Es difícil anticipar los efectos de los encuentros con otros, del cruce de miradas y de palabras cuando se llega a un espacio desconocido, aun cuando se esté habituado a dichas situaciones. Complicado también ser “extranjero” cuando sólo se es un invitado. Aún más difícil, aceptar que a pesar de que nos habiten bellas intenciones, los hechos siempre nos anteceden, y que  más temprano que tarde, tendremos que actuar acorde a éstos.
Estos son algunos de los aparatajes que caen encima de los hombros de nuestro protagonista, Dimitri Rudin, un treintañero lleno de ideas y de gran amor por el conocimiento –y por el mismo- que no duda en hacer de estas su vida, como también, de compartirlas al resto, demostrando su elocuencia y su no poco arriesgado conocimiento de los fenómenos interiores del hombre.  En medio de la peculiaridad de cada uno de los personajes, se hace escuchar como también odiar, cosa que al fin de cuentas lo tiene con poco cuidado, ya que la vara con la cual se mide ante los demás es la de sus ideas, que en ocasiones sonaban incompresibles para el resto. Resto que, silenciosamente, construía la biografía social del protagonista, sopesando sus palabras al calor de su misterio.
Es locuacidad de nuestro protagonista la que intriga. La palabra dicha, como el elemento de juicio central de la novela, nos lleva a sopesar su dualidad: la que habla de Rudin, la que lo muestra por sus cualidades y destrezas, y la que habla por Rudin, aquella que esta fuera de su control y lo compromete, sin saberlo, ante el juicio de los demás. Es en esta dualidad donde interviene Natalia, que de alguna manera revela con antelación su condición:
“Con una sola palabra me ha recordado mi deber, me ha  mostrado mi camino… Sí, debo actuar. No debo ocultar mi talento, si es que lo tengo. No debo despilfarrar mis energías en una locuacidad vacía e inútil, en palabrería” (Pág. 63)
Esta condición o inquietud, se pone a prueba cuando Natalia, ya confesado el amor entre ambos, se encuentra con él en la fuente, situación en la cual se muestra el despojo de sí mismo cuando, sopesando la exigencia moral que Natalia le presentaba como fruto de sus propias palabras como posibles hechos indiscutibles, dice: “Sólo siento mi desgracia…”, aceptando además la inequívoca sentencia de su condición ante ese amor que no llega a escribirse: “someternos”.

Así se nos abre el espectro de Rudin que lo habitará hasta el final de sus días, el acto, el hecho sin firma propia, aquello que nunca termina de escribirse, que queda inconcluso o nunca se inicia,  como aquellas ideas que lo acompañan, las respectivas palabras que las visten y sus posibles efectos, los únicos hechos que le acontecen. Quizás, como testimonio de aquel gran artículo del que habló a Natalia, del cual no tenía clara su idea principal y que aún no terminaba de escribir, ya que “Todavía no he llegado a comprender bien el sentido trágico del amor”.

lunes, 7 de octubre de 2013

El sirviente elegante de la usurera

Por Fabiolla C.


Me pregunto por qué pavo real. Es un animal “heroico”? o es más bien el error de la naturaleza, ese ser híbrido que se adapta a cualquier clima y contexto que lo rodea, y que por ser hermoso, encandila? Me lo pregunto, pues no comprendo si el pavo real es Pavlin, Liuba, o ambos. Un pavo… quien se pavonea, quien se jacta de ser algo o alguien: Pavlin por un lado, se siente orgulloso de siempre haber sido correcto; y Liuba cree que por haber nacido en una familia tiene derecho a ascender y a tener aspiraciones que están sobre su crianza.
El sirviente con talante elegante, el sirviente de Anna Lvovna, una mujer déspota y calculadora, el mayordomo que junto a su séquito de sirvientes, en pleno invierno ruso, sacaban las ventanas de los apartamentos cuando los arrendatarios no pagaban a tiempo, me recuerda a un tipo de torturador, un hombre frío y cruel, que hace lo que le mandan de manera mecánica, dejando sus sentimientos de lado para poder dar paso a <la orden>, a la norma.
Cuando la familia de Liuba muere, y la niña se queda huérfana, Pavlin siente que puede hacer algo bueno por otro, quizá enmendar sus actos subordinados poco compasivos, quizá hacer algo por sí mismo, sentirse bueno, bueno como cuando ayudó a su familia y dejó en el aire la oportunidad de crear su propio nicho. Sin importar cuál de todas las anteriores, o bien, todas juntas, Pavlin quiso tener algo, algo propio, algo que nadie pudiese arrebatarle, y qué mejor que una niña huérfana, indefensa, dejada a la suerte, igual que se encontraba él. Pero tomó la decisión más terrible de todas, pues no pensó realmente en la niña, sino en él; y sería su jefa, a quien le había tenido lealtad todos estos años de trabajo, una mujer usurera y por ende, frívola, quien lo llevaría al borde del abismo.
Me llama la atención el cambio funesto que tiene Pavlin, pasar de ser un hombre que atiende las normas, las leyes, a ser un pelafustán que no reconoce más que un enamoramiento ciego. Y llama mi atención no porque no entienda que el pobre hombre no tuvo nada antes que Liuba, o por lo menos algo con ese amor; sino más bien, porque incluso teniendo ese amor, actuó de forma pusilánime, no podía hacer nada más que lo que la niña quería, la cual podía estarle siendo infiel en su cara, o bien, estar pasando por un peligro, daba lo mismo, Pavlin, sólo consentiría lo que ella quisiese, hasta el final. Lo peor de esto, es que creyó estar viviendo la mejor de las vidas, después de casarse, creyó fervientemente en que él era el mejor partido, estaba orgulloso de ser correcto como era, y creía que era eso precisamente lo que lo había llevado a tener una mujer hermosa como Liuba, un pavo real.

Pavlin es un hombre que renunció a su vida, y que de manera sorpresiva, gracias a una criada pequeño burguesa pusilánime – Liuba -, la obtuvo de vuelta, por lo que no podría más que tener un destino trágico. 

Poseer la voluntad, Cerrar el destino.

Por Víctor S.

Valaam, el lugar de los espíritus confinados a rezar por el mundo, y a la vez, cargar con las historias de ese mundo el cual Leskov abre al lector por medio de la boca de uno de los confinados. La apertura desde lo minúsculo de una isla al corazón mismo de un hombre ruso, el inquietante Pavlin, hombre de la servidumbre a “caballero del espíritu”. Sin embargo, referirse solo a esas categorías es esconder el proceso por el cual nuestro protagonista pasa, y es este el objetivo principal del relator de la historia, que se inmiscuye en cada detalle de la vida de Pavlin, como casi un omnisciente relator; un creador.
Hombre intachable e inconmovible en el deber, que llega a provocar disgusto como admiración en su papel de sirviente en la residencia de Anna Lvovna, Pavlin que solo se remite a la justo, haciendo caso omiso a los efectos sobre los otros de sus actos que parecen obedecer a lo Superior, a la voluntad invisible del Deber que no media entre el frio invierno ruso y el arrancar las ventanas a aquellos que no cumplieran con la renta “Pavlin permanecía de piedra; seguía su curso como un planeta intruso trazando su propia revolución en medio de astros censados, y él no dejaba ni ira ni piedad”, que al final del día lo llevarían a encontrarse con su propio destino: una huérfana Liuba, que por medio de intrigas y ambiciones terminará por ser su esposa.
Pavlin es el servidor eterno, lo lleva en inscrito, irrestricto pero a la vez complaciente, con Liuba, a la cual dedica su tiempo y esfuerzos con esmero tanto cuando era su “hija” como cuando paso a hacer su “mujer”. En ese tránsito, jamás deja de servir a lo justo ciegamente, ya encarnada en la imagen de devoción que Liuba –“sentimental, ambiciosa y fútil”-, que no guarda atención en aquello y se detiene en los encantos de la buena vida que veía constantemente al servir en casa de Anna Lvovna, que la llevarán a conocer el trágico destino que ya se veía en el rostro de sus difuntos, como lo vio tía Olga desde un comienzo.
La “recompensa” de la devoción de nuestro protagonista, su mayor felicidad, será casarse con la joven Liuba, que el relator sabe de antemano que sólo lo llevará a la desdicha, cosa que terminará por confirmarse por medio del adulterio de ella con Dodia, noticia que Pavlin asumirá con dolor pero sin dejar de mantener su conducta ya conocida, viendo en ello más que un deshonor un castigo divino “¿La acusaré yo, a ésa frágil vasija de barro, cuando yo la codicié, a ella y su juventud, con el mismo pecado?... El Señor tiene razón al castigarme”.

Al final de cuentas, el raro escenario de un inicio termina siendo el fin. El círculo de la redención se cierra, la historia encuentra a sí misma inscrita en un espacio del que pareciera que nunca salió. Las desdichas de Liuba, viuda dos veces, una falsa y otra verdadera, la arrojaran a las manos nuevamente de un Pavlin fantasmal y devoto, que no quitó jamás la mirada de su amada, de su deber asumido desde que la tomó huérfana, para luego llevarla a ser reverenda de un monasterio. Mientras él, alejado, siguió el mismo camino ya que siempre, a pesar de su temple servil, fue “dueño de su voluntad”, como nos dice casi al final el relator, que cierra su historia dejando abierto el destino de Pavlin, un misterio que no sale de la Valaam y de aquellos, que intrigados, escucharon la historia de un narrador que del que no sabremos jamás porque terminó allí.

Pavli, el "esclavo culpable", la narración como acto de fe

Por Gonzalo G.


El narrador es la figura en la que el justo se encuentra consigo mismo
“El narrador”, Walter Benjamin

La nouvelle El pavo real de Nikolái Leskov, <<en cierta manera>>, fiel a las formas de la prosa burguesa, se constituye como un arruinado breviario de las iniquidades y mezquindades de la Rusia finisecular. En ella, determinadas figuras y hechos aparecen, incertidumbres y sombras signadas por la experiencia extrema de su tiempo. Un pequeño incidente, el no-pago del alquiler del piso obliga al mayordomo (como la costumbre dicta), nuestro héroe, Pavlin, a retirar las ventanas de los apartamentos de los inquilinos más pobres, ora su cortejo matutino se transforma en monstruosa señal de intemperie.

No nos reíamos, en modo alguno, de la desdicha de aquellas gentes transidas de frío, sino del procedimiento que traspolaba al corazón de una gran ciudad una escena de albergue perdido en las estepas. Aquel Pavlin, abigarrado e importante, con su fisionomía y pose goetheanas, aquellos obreros y sus instrumentos, que hacían pensar en la Crucifixión de Jesús del pintor Steuben, el levantamiento y reposición de las ventanas, la indiferencia general ante aquel arbitrario poder, todo aquello tenía, en efecto, algo de tragicómico.

Las palabras del narrador empiezan ya a presentir otro asunto, y ciertas reacciones intempestivas parecen señalarnos que algo ha afectado profundamente las estructuras de lo social, mas casi nadie se detiene a examinar o ensayar lo que, en verdad, anuncian las miserias del presente. El modelo tragicómico de la Historia, la de una catástrofe degradada, vale decir, su caricaturesca reaparición, despunta críticamente en la estricta observancia por parte de la joven Liuba de las quiméricas leyes de la burguesía (representada por la cruel y calculadora generala Anna Lvovna): “Ayúdeme –balbucía-, la obedeceré en todo”. Aquellas leyes pertenecen al enorme reino de lo indiferenciado, la pequeñez de una nueva clase (la pequeña burguesía) que no sobrepasa sus propios límites o actividades: “(Liuba) se lamentaba amargamente por tener que ir a aquel lugar donde las gentes incultas y groseras, no podían apreciar la excelencia de sus orígenes, pero eran capaces en cambio de vengarse de ella por esa cualidad”. El interés es consumado en el frívolo y ruin mundo de los salones, donde la quimera de lo social deviene absoluta nimiedad, de ahí que el ampuloso vestido de Liuba sea “completamente distinto: alas fundidas y deshechas, vestido desgarrado, tea quemada…”.
Sin embargo, la extinción de las formas (históricas) en el contexto de lo insignificante, su naturaleza inmóvil e inerte sufre caras modificaciones por la viva incidencia de la experiencia, lo que entendemos como la irrestricta aplicación o práctica de la norma (la moral) en la figura de Pavlin es, en realidad, las pruebas y consejos de una sabiduría elemental presentes en sus sentidas epístolas.

(…) habiéndolo soportado todo, habiendo pasado por todos los sufrimientos y tentaciones, su autor habla como si pudiese ayudar ahora a aquellos que son tentados. Lo más frecuente es que no le hable de cosas cotidianas, sino que le dé consejos; la anima a ser paciente (a Liuba), razonable, buena, absolutamente fiel y devota al marido que ha elegido (Dodia).


Cierto índice salvífico se encuentra en la posibilidad de contar, comunicar las verdades más sencillas. Vidas extraordinarias, lecciones de humillados y ofendidos como la historia de nuestro héroe, Pavlin, siervo que libera a sus prójimos y a su propia alma. El justo, fondo de la narración, permite la proverbial sobrevivencia de la vida, el cumplimiento de cierta dignidad, de cierta épica a contrapelo del consumo moderno-burgués.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Migajas del presente, la cuenta de Chichikov

Por Gonzalo G.

Madre, yo al oro me humillo,/ él es mi amante y mi amado,/ pues de puro enamorado/ anda continuo amarillo./ Que pues doblón o sencillo/ hace todo cuanto quiero,/ poderoso caballero es Don Dinero
“Poderoso caballero es don Dinero”, Francisco de Quevedo

Es el siglo XIX examinado por las formas de la prosa burguesa, en cuanto ellas permiten auscultar cada objeto, gesto o sentimiento de la “realidad” de la vida ordinaria. Perspicacia que tiene como efectos claramente ideológicos, el develamiento de sus mitos, supersticiones y prejuicios. Denuncia crítica que se expresa estructuralmente en la novela Las almas muertas de Gógol, donde el <<arte de observar>> se cumple como un registro paródico de las formas o modos sociales, instigando una furibunda casuística de clase que se define por su subsunción a “una mercancía tan rara, una cosa nunca vista”.
En una oscura conversación entre el antihéroe de la novela, el canalla Chichikov, y Sobakievich, un avaro terrateniente, a raíz de la venta de almas (como piadosamente se les llamaba a los siervos); se pretende demostrar el modo general de entendimiento de las cosas y el mundo, cuyo trasfondo son las desbocadas quimeras o fantasías de lo social:

-Permítame- dijo Chichikov (…) ¿Para qué menciona usted todas sus cualidades? Ahora no pueden reportar ninguna utilidad, son muertos. <<Un cuerpo muerto sólo puede estar apoyado en la pared>>, dice el proverbio.
-Claro que son muertos- dijo Sobakievich (…) Pero ¿qué son los que están vivos? ¿Qué gente es ésa? Son moscas y no personas.
-Pero existen, y esos suyos son una quimera.

Sin duda, la irrisoria empresa financiera de Chichikov, no esconde altos ideales ni siquiera los más elementales apetitos, sino sencillamente “el afán de adquirir riquezas” (la inmensa acumulación) que se traduce en la inconformidad respecto a aquello que se desea. Todo parece cubrirse de harapos, cenizas y estiércol, concierto de amos y esclavos que resulta de la prestidigitación del <<valor>>; y encuentra su figura, grotesca e inquietante figura en el comprador o especulador. Chichikov encarna de este modo, una forma de vida que es moneda de cambio de los equívocos y pequeñeces de la sociedad burguesa.


Se trata de que ha llegado el momento de salvar a nuestra patria; nuestra patria perece no por la invasión de los veinte idiomas extranjeros, sino por nosotros mismos. Aparte del Gobierno legal se ha formado otro mucho más fuerte que cualquier Gobierno legal. Han establecido sus condiciones, todo está valorado y hasta es del dominio público el precio.